Domingo 16 de noviembre a las 9 de la mañana. «Se está quemando Campofrío, Vicente. Está ardiendo, dice Nuria a su marido. Vicente Carrera no lo piensa dos veces. Sale de la ducha, se viste a toda pastilla y pone rumbo a la fábrica. «Cuando llegó, me llamó y me dijo: Esto no tiene salvación, Nuria, pensé que iba a ser poca cosa, pero no toda la planta».
El frío cala y congela, pero no impide que Vicente, Nuria y su hijo David vuelvan al lugar del siniestro 24 horas después. Allí se mezclan con otros trabajadores (y curiosos), que se han acercado a la calle La Bureba, en el polígono industrial de Gamonal, en Burgos, para ver con sus propios ojos el esqueleto de hierro que aún queda en pie.
«Se estará quemando un horno, fue lo primero que pensé, pero no. Las líneas de cocidos y embutidos. Todo». Sólo sigue viva la parte de jamones [ayer seguía en funcionamiento. Curioso]. El resto, arrasado por el fuego, que 24 horas después persiste entre los amasijos.
Con tal sólo 16 años, Vicente empezó a hacer embutidos. Pero fue en la antigua fábrica, en la calle Santiago del barrio de Gamonal. Precisamente, donde hoy hay un bloque de viviendas conocidas con el nombre de los pisos de Campofrío. Han pasado ya 38 años desde entonces y él lo tiene muy claro: «Si no se levanta la fábrica, se acaba Burgos, porque esto es una cadena».
No sólo las poco más de 1.000 familias que viven de Campofrío, sino los otros cientos de hogares que ingresan una nómina mensual gracias a la industria auxiliar generada en torno al gigante cárnico de Gamonal. No hay bar en el barrio donde no se hable del fuego. En Equus, próximo al monumento que Burgos dedicó a los donantes de sangre y a pocos metros de la primera catedral burgalesa, en pleno barrio de Gamonal, Sebastián Navarro no duda un segundo cuando reconoce que «si la rueda no da vueltas, afectará a todos, porque todos estamos metidos en el mismo sitio». No pasa por alto que «como esto no se solucione, va a haber depresiones a punta pala».