Ébola, historia de una supervivencia

William PooleyWilliam Pooley, 29 años, sabe muy bien lo que es el «síndrome del superviviente»: ese impulso humano que arrastra a quien ha logrado esquivar la muerte a volver al lugar de la tragedia, con la sana intención de ayudar. Pero Pooley asegura que no es el «trauma» de haber sobrevivido al ébola lo que le impulsa actuar, sino el «sentimiento de gratitud» hacia quienes le ayudaron y la «desesperada situación» de Sierra Leona, donde contrajo hace un par de meses la enfermedad.

«Hay muchísimo que hacer allí y ahora estoy en una posición mejor para poder ayudar», reconoció Pooley esta semana, en un encuentro con voluntarios del Departamento de Salud. «Mi inmunidad potencial ha servido para tranquilizar a mi familia… Voy a volver más preparado y de una manera más organizada que cuando fui por primera vez».

El superviviente británico vuelve a pues a la «zona cero» del ébola. Como varios médicos y enfermeros que superaron la enfermedad, confía en poder donar plasma con anticuerpos. Pero lo que más le urge es poder ayudar con sus manos a paliar la situación de «miseria y horror» que nunca podrá olvidar, y lanzar de paso un SOS a la comunidad internacional, más interesada en cómo protegerse que en ayudar a combatir el problema desde la raíz.

«Los pabellones donde trabajaba en Kenema eran infrahumanos», recuerda Pooley. «Había cadáveres los suelos, regueros de sangre y orina, gente muriendo en las situaciones más crueles… Cuando llegué allí no había ni agua corriente, ni toallas para limpiar a los pacientes, ni por supuesto material médico. Los pacientes con vómitos y diarrea deambulaban confusos de aquí para allá, en unas condiciones horribles».

Pooley había llegado a Kenema procedente de Freetown, donde trabajaba como voluntario en un hospicio… «Fui hasta allí porque sabía que necesitaban ayuda. No es que tenga unas habilidades especiales, pero sabía muy bien lo que hacía falta y me sentía capaz de marcar la diferencia».

El enfermero británico conoció de cerca la tragedia de Douda Fallah, el chaval de 17 años que había perdido en 37 días a toda su familia y que milagrosamente no había sido contagiado. Douda se convertió en su ayudante y en el de tantos otros en los barracones de Kenema, donde Pooley acabó contrayendo el virus.

Sospecha el enfermero que fue por un «accidente» con su equipo de protección personal, pero la infección era tan ubicua que no puede estar seguro. El caso es que un día sintió aspereza en la garganta, y después un dolor muy fuerte en la cabeza, hasta que decidió hacerse las pruebas temiendo lo peor.

Se despertó al día siguiente con la voz susurrante del doctor Ian Crozier, de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que le comunicó la noticia desde la distancia ya insalvable de su equipo protector: «Eres joven, estás fuerte, todo va a ir bien»…

Pooley fue evacuado en un avión de la RAF y trasladado urgentemente al Royal Free Hospital de Londres. Apenas tuvo tiempo de comunicarle la noticia a sus padres, allá en Eyke, el poblachón de Suffolk donde todo el mundo le conoce desde joven por su afán de «ayudar a los demás».

«El miedo a los síntomas fue mayor que el miedo a la muerte», reconoció el propio Poley diez días después, en el momento de salir por su propio pie del hospital tras recibir un tratamiento con el suero inmunológico ZMapp. «Tuve mucho apoyo desde el principio, y la suerte de recibir una tratamiento espléndido, aunque cuando te dicen que tienes el 50% de posibilidades de morir es difícil quitártelo de la cabeza».

Nada más dejar el hospital, Pooley eludió a toda costa el protagonismo: «Agradezco mucho todas las muestras de apoyo, pero esta historia no tiene nada que ver conmigo, ni siquiera con el Reino Unido. Esta historia es sobre el drama que está ocurriendo en Africa Occidental».

Pooley volvió a Suffolk con sus padres, contando en secreto los días para que le dieran un nuevo pasaporte (el original fue incinerado como medida preventiva). Hace dos semanas estuvo en Londres, en la conferencia sobre el ébola en la que ya anticipó su deseo de volver a Sierra Leona en cuanto se lo permitieran los médicos: «Lo más difícil ha sido convencer a papá y mamá. Pero saben que soy potencialmente inmune al virus y son quienes mejor me conocen. Saben que es algo que tengo que hacer».

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